
“Reconozco y me descubro ante el sutil encanto de la inteligencia perceptiva de V2.
Es una mujer con la que jamás transitaríamos en las arenas movedizas de los cuerpos anhelantes ó de los estériles besos robados.
Desde un inicio se desarrolló entre ambos una plataforma de negociación asexuada que confería de un sacrosanto y tácito equilibrio conversacional todos y cada uno de nuestros muy esporádicos encuentros.
Su agudeza intelectiva es sobresaliente.
No me extraña que el mismísimo Javier Sardá reparara en ella.
Javier no las quiere tontas.
No al menos detrás de la cámara.
Delante, ya es otra cosa.
V2 atraviesa una renovada fase vital en un quasi-oasis geográfico alejada del hormigón y de la fauna de las dos macrociudades de este país.
Afirma victoriosa y con rosamonteriana lucidez que cuando tenía 28 años aún usaba la talla 38. Pero que ahora desconoce qué persistente error nutricional ha cometido para que su edad y su talla empaten a 42.
¨-Sé que me ves más gorda. Así que no me digas que me ves fenomenal, porque los tiempos fenomenales de mirarme mi propio culo en los probadores y de autovalidar mi silueta, ya han pasado.¨
Me dice que se le hace raro el verme tras tanto tiempo. Que está muy muy contenta de que haya aceptado el acercarme. Que esta noche me quede a dormir allí en su casa. Que cree que los vecinos de la casa de al lado me han visto pasar y que se han quedado algo perplejos.
Me cuenta V2 que lo verdaderamente reseñable es que hay poco, ó muy poco que contar.
Que ella optó por otro álbum de desarrollo vital hace dos años y que sabe ahora que la decisión de abandonar la ciudad en la que yo resido, se ha convertido en un acierto.
Que se dió cuenta de que todos aquellos años en los que tenía tantas y tantas cosas por contar, no han sido los más felices.
Que ahora lo es más. Mucho, mucho más. Justo cuando no tiene apenas cosas que contar, que narrar.
Me cuenta también V2 que percibe ahora -sin falsa resignación de mujer clarividente- que siempre albergó un matriz ácrata. No, no que no lo supiera. No. Que lo percibe ahora. Que lo vive ahora. Cotidianamente. En el día a día.
Estamos sentados en unas sillas blancas ante una mesa de verano de color verde, en un porche.
Hago amago de sacar un paquete de cigarrillos.
De una forma expeditiva, pero sonriente, me frena al instante.
¨-Psssssssst. Aquí, o se fuma maría, o no se fuma.¨Y nos reímos.
Y añade que no me preocupe, que no voy a pasar mono pero que tampoco nos vamos a soltar su norma.
Y capto el mensaje, y volvemos a reirnos.
V2 se ríe de nuevo inicialmente cuando le comento que, dos noches antes, me dirigí al interior de una provincia; que conducía sin rumbo, que lo hice más ó menos durante cuarenta y cinco minutos ó una hora, y que a la luz de la luna abandoné la carretera comarcal para adentrarme en una ensenada propia de ese desierto nocturno. Y que se veía, que se podía ver con una tonalidad bluevelvetiana. Que en la oscuridad se podía ver muy bien. Que se respiraba en la seca bruma de la noche. Que era un desierto. Un silencio nítido, preciso, exacto, grave. Ni un búho, ni una cigarra, ni un grillo, ni un motor de coche en la lejanía. Inerte el espacio sonoro. Inerte. Silencio. Un silencio acojonante : que acojona.
Que encendí las luces cortas del coche, una vez ya parado, y me sitúe delante del mismo como si fuera un animal sorprendido por un cazador furtivo. Que me desnudé, casi completamente. Y que puse música a todo volumen, y que intuyo debía oirse en todo aquel valle de arena.
Y que grité.
Vocablos inconexos. Frases gongorianas. Lamentos umbralianos.
Grité.
Monosílabos. Epítetos. Espirales. Tacos. Binomios de Contundencias. Dúos de Seda.
Grité.
Un micro-eco desdibujado me daba feedback y me corroboraba que, efectivamente, había alguien gritando.
Y ese alguien se trataba de mí.
Gritando, gritando en el backstage de mis Leaving Las Vegas particular.
Pero con el ácido clorhídrico de que no era una invención fílmica, sino que era real, presencial. Que me estaba ocurriendo a mí. En la no estandarizada realidad.
Tan real como que sentí una angustiosa sed. Y sólo quedaba media botella de las pequeñas. Para toda una noche. Y continué gritando hasta comenzar a sentir un picor, una molestia, un amago de ronquera, un enmascarado dolor en la garganta.
Un carraspeo que me retrotraía a la corroboración de que debía haber gritado mucho. Pero que mucho, mucho.
Y entonces derramé Seis lágrimas negras.
Un pozo negro de Seis de las mismas.
Subasta de lo que no se pignora en el mercado continuo de las asimetrías vitales.
Al mejor postor nocturno.
Lágrimas. Negras.
Seis.
V2 no se ríe ya cuando le comento este extremo.
Me mira y me observa.
Muy fijamente.
Y estoy a gusto porque ella sabe propiciar largos minutos de silencio, en los que no hay que explicarle nada, nada.
**
A la mañana siguiente, tras pasar la noche en casa de V2, me puse de nuevo en carretera. En dirección hacia otros parajes en los que atar cabos. Se despidió de mí con el segundo más asexuado abrazo con el que se han despedido de mí en el último año. Sentí su mirada vidriosa con la que se reconocen aquellos a los que Yourcenar les habla en la madrugada. Y sentí que tragaba saliva.
Tengo un pantalón de verano que me compré en Istanbul.
Es modernillo, pero ante todo, cómodo.
Tiene una cremallera azul marino en el bolsillo de atrás.
Lo llevaba en mi bolsa aquella noche.
Muchos, muchos días después fui a poner una colada.
Soy organizadito. Reviso todos los bolsillos de todas las prendas.
Y me encontré una nota.
¨-Cuando pasen algunas semanas.., quizá incluso algunos meses.., hazte a tí mismo una Auditoría Interna, y dime cuántas te quedan aún por arrojar.¨